Si bien es cierto que la dinámica política cotidiana se ve compelida por la necesidad de resolver cuestiones de naturaleza perentoria, no es menos cierto que la mayoría de los dirigentes políticos sobre los que pesa la responsabilidad de gobierno no se conforman –o al menos no deberían darse por satisfechos– con que la historia los recuerde como aceptables pilotos de tormenta.
La diferencia entre surfear la realidad e intentar darle una dirección estratégica en función de un determinado rumbo es la misma que existe entre los administradores de la crisis y quienes pretenden erigirse –con menores o mayores pretensiones– en estadistas.
Los primeros suelen finalizar sus mandatos habiendo avanzado poco y sin poder exhibir logros programados, pero con el orgullo de haberse mantenido en pie sobre sus tablas a salvo de la tempestad. Los segundos, en cambio, transformaron maderos sueltos en una barca, trazaron objetivos y establecieron puertos de destino.
Unos rechazan el desarrollo de estrategias de vinculación internacional por considerarlo un lastre costoso e inadecuado para tiempos de crisis, mientras otros transforman a la cooperación internacional en un contrapeso altamente productivo, en una inversión mínima que termina pagándose sola.
Toda acción transnacional implica costos, riesgos y exigencias; pero es un elemento clave para complementar la estrategia de desarrollo sectorial o comunitario que brinda gran dinamismo y solvencia al accionar de los gobiernos.
No habrá estrategia de vinculación internacional posible en aquellas administraciones que “no paren la pelota” para definir un plan de desarrollo mínimo basado en un diagnóstico de necesidades, dificultades objetivas y metas. Es claro que no es lo mismo “ir” que saber “a dónde ir”.
Tener la capacidad de generar estos mínimos objetivos estratégicos agrupa maderos y constituye redes que dan mayor sustento a la gobernabilidad. Sólo a partir de esta tarea tan esencial como poco sencilla, se abre como un abanico el universo de la cooperación internacional.
En este marco, la esfera de la cooperación internacional toma sentido, posibilidad fáctica y capacidad para aportar nuevas perspectivas y soluciones a problemas que bien pueden ser tratados de manera conjunta con ayuda de otros estados, provincias, municipalidades o agencias de cooperación.
Aunque al principio la cooperación internacional signifique un esfuerzo “extra”, los gobiernos que vayan quedando al margen no tardarán en apreciar cómo se incrementarán las diferencias ¬–traducidas en ventajas concretas– con aquellos que participan fluidamente de estas redes.
Acceso y evolución en tecnologías de información y comunicación; búsqueda de mejoras tecnológicas y apertura de nuevos mercados; programas de ayuda social y sanitaria; capacitación para mejorar el servicio policial o penitenciario; proyectos de promoción y creación de infraestructura turística; sistemas modernos para el tratamiento de residuos o potabilización de agua.
Muchas son las líneas de acción que pueden emprenderse mediante acuerdos estratégicos de cooperación internacional; acuerdos que sólo serán posibles si la visión estratégica de nuevos estadistas logra imponerse a la lógica cortoplacista que los gobierna en vez de dejarlos gobernar.
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